Abrí los ojos asustada cayendo en la realidad, por suerte todo había sido una sucia pesadilla. La noche acunó mi cuerpo en la oscuridad mientras el sudor corría por mi cuerpo desnudo, por entre mis pechos, por entre mis piernas, por mis mejillas. Me di la vuelta para que ella calmara mi respiración agitada, como solía hacerlo cada vez que despertaba, cada vez que me encontraba en esta situación, me abrazaba, me amaba, de una forma especial, de una manera diferente, que creó sólo para mí. Pero su lado de la cama se encontraba vacío, helado, sin rastro de su cuerpo, sólo gotas de su olor. Por la ventana podía ver los árboles sin hojas, cuerpos desnudos en un fondo oscuro, en un fondo de soledad gélida, de soledad amenazante, en la cual no me quería sumergir. Me senté en la cama mirando al vacío, ¿qué era lo que podía hacer? si la realidad era peor que mi pesadilla..., ¿qué era lo que debía hacer? si recordar, era la opción de una muerte dictada a gritos... ¿cuáles eran las opciones? si el remedio suele ser peor que la enfermedad. Los gritos brotaban de las paredes rayadas de malos momentos, los sollozos se marcaban en momentos que no se debía recordar, y mi mundo caía, caía por su ausencia, debí pensar en lo peor, en lo peor que podía pasar, pero cómo querer planear algo así cuando crees amar. Y mi sueño volvió rechazando la realidad queriendo jugar nuevamente con mi alma, que extraña, que desea, que recuerda, la ausencia de un amor que no me supo apreciar.
El viento se comenzó a inquietar, gritando en susurro lo que el cuerpo desea escuchar, el invierno comenzó a quemarse con el sol, con lo caliente del placer de cuando uno se toca, de cuando uno se toca para saciar el fuego de la mujer, se mordió los labios, me miró inquieta, sólo era un juego, sólo era su juguete, ella y yo de acuerdo, sólo ella y yo, sin querer ver consecuencias, sólo sentir placer, de sus manos jugando, recorriéndome inquietas, curiosas de nuestra vida. pero el placer colapsó, y decidiste marchar, nunca mentiste, sólo que yo omití la verdad y mi peor error fue creer que me amarías una eternidad